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Lecciones de Europa

Lecciones de europa

Europa está preocupada por la llegada del invierno. La perspectiva de una época de frío sin gas para cocinar y calentar los hogares y sitios de trabajo puede ser dantesca. Podría conducir a la muerte de miles de personas y la fractura política de Europa. Un escenario del que muchos europeos parecieran no ser conscientes -pues aún disfrutan de uno de los más calurosos veranos- y que en Colombia ha pasado prácticamente inadvertido.

La amenaza de un invierno catastrófico se debe a que Rusia estaría considerando cortar de manera definitiva el suministro de gas a Europa como retaliación a las sanciones impuestas tras la invasión a Ucrania; ya ha reducido en dos terceras partes el envío de gas a través del sistema de gasoductos de Ucrania y Bielorrusia (suroeste) y empieza a disminuir el abastecimiento por Alemania (noroeste) agudizando la crisis energética.

En materia energética Europa depende del gas en un 25% y de este el 35% proviene de Rusia, porcentajes que se incrementan durante el invierno. A diferencia del mercado de petróleo y carbón, que se comercializan globalmente con pocas restricciones, el gas se transporta por gasoducto o como Gas Natural Licuado, GNL, en tanqueros especiales, requiriendo una infraestructura que tarda años en construirse o en reacondicionarse.

Europa ha incrementado el consumo de GNL para reducir su dependencia del gas ruso. Pero no es suficiente y la demanda mundial de gas natural crece exponencialmente. Del total de producción de GNL Europa pasó de consumir el 20% a 30%, compitiendo con los países asiáticos, grandes consumidores del energético. Ello explica el incremento en el precio, más en un año de reactivación, pese a los vientos de recesión que se avizoran.

Europa no tiene muchas opciones. Su seguridad energética -es decir, su funcionamiento, la calidad de vida de muchos de sus habitantes y su vida misma- está en manos de Putin. Con un agravante: Rusia podría dejar de vender gas natural y estaría en condiciones de sobrevivir económicamente, pues este representa solo el 2% del PIB (petróleo el 10%). El daño que le causaría a Europa sería más perjudicial que el que se infligiría a sí mismo.

Para atenuar ese panorama sombrío Europa aprovecha el verano para incrementar los niveles de almacenamiento de gas natural, busca con desespero importar más GNL e impulsa las energías renovables. Pero estas medidas no son suficientes. Por eso, busca crear consciencia sobre el ahorro de energía, levanta sus políticas restrictivas al carbón y al petróleo (Alemania considera incluso usar leña) y se alista para un racionamiento.

Racionamiento que podría generar fricciones políticas. El nivel de dependencia del gas ruso varía según el país y en un momento de escasez el riesgo de enfrentamientos por el energético, no se descarta. Por eso, la última The Economist advierte que la unidad de Europa está a prueba, que similar a lo ocurrido con el covid, deben trabajar articulados, trascender sus propias divisiones y en particular no dejarse dividir por parte de Putin.

Colombia no pareciera darse por aludida con la crisis energética de Europa. Ni siquiera ese panorama infernal lleva a algunos a entender la importancia de la autosuficiencia energética para un país y la del petróleo y el gas en toda transición. Y de la incidencia del conflicto energético en el precio del petróleo y el gas, en la inflación, en la devaluación del peso y en el costo de los alimentos. Europa quisiera estar en la situación energética privilegiada de Colombia. La que algunos quieren, innecesariamente, echar a perder.

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